Hoy no había girasoles a ambos lados del camino a Navalón porque, el año y vez, quiso cebadas que ya están a buen recaudo dejando, huérfanas, rastrojeras que pintan de amarillo o color marfil al campo de un agosto, tan caprichoso, que uno no sabe a qué atenerse. Si al agosto de hace años, o al de ahora del cambio climático que, hasta en los pueblos, deja comentarios cuando se sientan en los bancos de la memoria. Año y vez. Hasta en la trashumancia tiene vigencia.

Había que acuñar esa frase de otra manera porque, en nuestros pueblos, desde finales de los años 50 del pasado siglo, ese año y vez es el año y ver, el del reencuentro de familias enteras que dijeron adiós marchado a otros lugares en busca de mejores oportunidades. Y si no, por razones obvias del tiempo que nunca para, del regreso de los que nacieron de esas raíces que vuelven para seguir vivos porque, como dijo Maite, la pregonera, no hay mejor cosa que oler a pueblo cuando dejas atrás la ermita sin tiempo, porque no lo hay, de recuperar lágrimas entre abrazos y besos que solo se entienden si eres de pueblo.

Teresa García fue la encargada de presentar el acto en el salón de baile en el que, en primera fila, estaba el Ayuntamiento prácticamente en pleno junto a Joaqu

ín González Mena, portavoz del Grupo Socialista en la Diputación Provincial y alcalde del románico Arcas Todos, y cada uno de ellos, participaron en la coronación de las reinas: Natalia, Lucía, Andrea y Zaida. Un acto que, sin duda, no olvidarán fácilmente como tampoco olvidarán, los asistentes, el pregón de Maite Sáiz Torrijos. Una licenciada en Ciencias Químicas, en el Grupo Ferrovial ahora que, aunque no nació en el pueblo, tiene raíces tan profundas como sus emociones:  yo soy la de Alvarito, el de Gregorio y la Elena, y de la Mili, la pequeña de Agapito y la Carmen, dijo a modo de presentación porque, en un pueblo, cuando vuelves, el “tú, ¿de quien eres? es lo que hay.

La pequeña de Agapito y la Carmen, a instancias de Rosa, la concejala, aceptó el reto de pregonar las fiestas de Navalón. Se me ocurrió intentar explicar qué significa Navalón para mí. No ha sido una tarea fácil. Hubo que remover recuerdos, sentimientos, emociones, … todo ello se resume en momentos y enseñanzas que he ido aprendiendo desde niña.

Para Maite, Navalón es tranquilidad y naturaleza. El recuerdo que mejor lo define para ella, es el reloj de mi padre colgado en un clavo en la alcoba de la casa de los abuelos porque, Alvarito, su padre, nada más llegar a Navalón,  lo primero que hacía, era quitarse el reloj y dejarlo en ese clavo, y allí se quedaba hasta que nos marchábamos.

Todo tiene su momento en Navalón, dice. Los junios de cerezas, los julios de habas, los agostos de pepinos y tomates, los septiembres de moras, los octubres de uvas… qué rico todo. La época de quitar la mala hierba, de arar, de sembrar… realmente no hace falta reloj.

Pocas cosas hay que le transmitan tanta paz como los campos de girasoles. Perezosos nos dan la espalda al levantarnos y nos miran de frente para desearnos las buenas noches cuando el sol se pone.  Para Maite, Navalón es vivir y convivir porque esta tierra tiene carácter demostrado a lo largo de los años. Aquí, todo es distinto porque, entre otras cosas, hemos desarrollado una capacidad de adaptación muy grande, dijo. Increíble hasta para una niña de ciudad.

Los recuerdos manan como arenillas en el agua. Inviernos de lumbre hasta que salían manchas rojas, -las cabritillas-, en las espinillas, el juego de cartas, el temor  a que entrara el rayo en la casa, la costura a la puerta de los abuelos, el juego de los alfileres de las mujeres y la luz de las farolas, sin temporizador, porque su abuelo, además de pregonero de los de antes, era el encargado de encenderlas puntualmente.

Para Maite, Navalón es trabajar y colaborar tras haberse empapado los consejos de nuestros mayores. El hoy por ti, mañana por mí. Lo dijo en un pregón que, poco a poco, fue calando como sirimiri. En un pregón que, sin quererlo, abría las emociones en canal de los que allí estaban porque, el que más y el que menos, se había tragado las mismas vivencias vendimiando, trillando, escardando, regando, espinzando azafrán, cogiendo huevos, tirando del rabo al gorrino el día de la matazón o enjalbegando la fachada o las alcobas de la casa para dejarla bien apañá.

Para mí, Navalón es amistad y compartir, dijo. Mi primera pandilla, sin duda, eran todos los niños que veníamos año tras año (…). Siempre había alguien con quien recorrer el pueblo y compartir juegos. Pero por encima de todo esto, y principalmente, para mí, Navalón es familia. Hasta 18 personas podíamos pasar el verano en una casa, sin lavadora, sin televisión, sin cuarto de baño y en algunos casos sin luz y sin agua. Como era posible sobrevivir e, incluso, repetirlo año tras año. Todo un misterio. Tiene que ser algún tipo de magia. Sólo se me ocurre el amor más puro, el más ancestral, ese que une a padres e hijos, el que todo lo soporta, el que sobrevive al paso del tiempo, el que perdona y fortalece en los momentos más tristes y te ayuda a sobrellevar los más difíciles.

Quizá, por eso, Maite confesó lo importante que es tener raíces de pueblo. Oler a pueblo. Necesito parar de la acelerada vida que nos ha tocado o que hemos ‘elegido’, descansar, incluso aburrirme, pasear y disfrutar de lo que nos regala el campo, hablar, escuchar, respirar y recordar todo lo que me han ido enseñando y, que a veces, se me olvida.  Son pequeñas cosas, tan básicas, pero también tan necesarias.

Sopló varias veces desde el alma porque, el amasijo de emociones, se había clavado hondo y había que echarlo por la ventana del retorno para poder tomarlo luego sorbo a sorbo. Y es que, desde su atril, ante sus ojos, junto a su pandilla de toda una vida, estaban los que le inculcaron los valores que tiene la gente de pueblo y, eso, para mí, no tiene precio, dijo.